Cepillar muy fuerte. Algunas personas creen que al realizar un cepillado más vigoroso están limpiando mejor. Sin embargo, esta mala costumbre (cepillado traumático) puede dañar de manera irreversible el diente, produciendo un desgaste del mismo y una pérdida de encía, dejando expuesta parte de la raíz.

Cepillar muy rápido. En este aspecto, también es más importante la calidad que la cantidad. Si bien lo recomendable es cepillarse después de cada una de las comidas principales, es imprescindible emplear al menos 2 minutos en realizar dicha tarea. Por término medio, se suelen emplear entre 30 a 40 segundos en cepillarse los dientes, tiempo insuficiente si tenemos en cuenta que tenemos 32 dientes y que hay que arrastrar la placa de las diferentes superficies dentarias.

Usar un cepillo en mal estado. Si el cepillo está muy desgastado se pierde el redondeado final de las cerdas y, además, éstas se abren. Esto hace que el cepillado sea menos eficaz e incluso que pueda dañar dientes y/o encías. Lo recomendable es cambiar el cepillo dental cada 2 a 3 meses, y lo mismo se debe hacer con los cabezales de los cepillos eléctricos. Asimismo, otro error frecuente con el cepillo dental en cuanto a su conservación, es  no limpiarlo en profundidad tras su uso y no secarlo, metiéndolo de inmediato en el capuchón de plástico, lo que favorece el crecimiento y la proliferación de bacterias en su interior.

Usar cepillos con cerdas duras. También desgastan dientes y encías, y peor aún si se ejerce una fuerza excesiva durante el cepillado. Por lo general, se recomienda cepillos de dureza suave.

Usar cepillos con cabezales grandes. Si bien no hay evidencia de que el diseño del cepillo influya de manera significativa en el resultado del cepillado y que, en teoría, el mejor cepillo de dientes es el que se usa de la manera adecuada, en la práctica es cierto que con cepillos de cabezal pequeño se facilita el acceso a las zonas más posteriores, aquellas con difícil acceso o cuando los dientes están apiñados. También son muy útiles para cepillar la cara interna de molares inferiores.

 

 

Poner demasiada pasta en el cepillo. Es muy habitual cubrir toda la superficie del cepillo con pasta dentífrica. Esto es totalmente innecesario. Según la edad, hay que ir variando la cantidad de pasta empleada en cada cepillado, pasando del equivalente a un grano de arroz en los más pequeños al de un garbanzo en adultos. Además, no por poner más pasta o hacer más espuma estamos limpiando mejor. Incluso en aquellas personas especialmente predispuestas, puede aumentar la sensación de náusea.

 

Realizar una técnica de cepillado incorrecta. Si bien no hay una técnica de cepillado que sea ideal para todos,  lo correcto es adaptar la manera de cepillarse a las características de cada persona (edad, habilidad, tipo de encía, presencia de patología periodontal…).

Cepillarse inmediatamente tras la comida, y más cuando se han consumido alimentos o bebidas ácidas, incrementaría la sensación de sensibilidad dental. En estos casos, es recomendable esperar unos 20 min para el cepillado, con el fin de dejar a la saliva que realice su efecto tampón.

 

Olvidarse de cepillar la lengua. En su superficie y entre las papilas también quedan restos de alimentos, bacterias y productos de su metabolismo. Además, en un porcentaje muy alto de los casos, no limpiarse la lengua es la primera causa de halitosis o mal aliento.

 

 

Pensar que sólo con el cepillado “basta”. Este es el más frecuente de los errores. Por muy bien que se realice el cepillado de dientes, sólo somos capaces de acceder al 60% de las superficies dentarias. Sea cual sea tu edad o características de tu dentición, es imprescindible acompañar el cepillado dental con el uso de algún método de limpieza entre dientes, ya sea con los cepillos interdentales  o el hilo dental.